Los esquemas de negocio tradicional se tambalean. Ideas como la economía colaborativa vienen para cuestionar lo establecido, pero ¿son todo beneficios?
Uber y Blablacar, propuestas de consumo colaborativo en el ámbito del transporte, han agitado el inicio del verano en España. El aterrizaje de Uber en Barcelona el pasado abril ha puesto en pie de guerra a los taxistas. Este gremio ha convocado varias huelgas, uniéndose así a la batalla que ya mantenía la Federación Nacional Empresarial de Transporte en Autobús (Fenebús) contra Blablacar.
¿De dónde vienen estas reticencias hacia la implantación de estas plataformas? ¿Constituyen estas últimas una oportunidad o suponen una amenaza encubierta para nuestra economía? Para contestar estas preguntas, debemos recordar, en primer lugar, en qué se basa su oferta de transporte alternativo:
- Uber consiste en una app para el teléfono móvil que, aprovechando las posibilidades de la geolocalización, conecta a demandantes de un servicio de coche con conductor con los oferentes más cercanos en el mapa en ese momento. La transacción económica se produce a través de la propia app. Su fricción con los taxistas se debe a que los conductores que trabajan con Uber no cuentan con la licencia de la que sí disponen los taxis, motivo por el que estos últimos se quejan de competencia desleal.
- Blablacar, en cambio, pone en contacto a conductores que van a hacer un trayecto determinado y que disponen de plazas libres en su vehículo con personas que desean efectuar este mismo trayecto. El objetivo es compartir gastos en el desplazamiento. El intercambio económico se produce, en este caso, en persona.
Ambas propuestas, apoyadas en las nuevas tecnologías, se basan en tres principios en auge a raíz de la crisis económica:
- Ahorro: los usuarios de estos servicios buscan reducir el presupuesto de sus desplazamientos y economizar en los gastos de su coche.
- Sostenibilidad: sobre todo en el caso de Blablacar, se consigue reducir el número de coches que efectúan un mismo trayecto, y por tanto, se consume menos combustible y se minoran las emisiones.
- Experiencia: quienes acuden a estas plataformas desean convertir el viaje en una experiencia diferente mediante el acercamiento a otras personas; quieren conocer gente.
Los detractores del consumo colaborativo alertan acerca de los riesgos de la falta de regulación y de la generación de una economía sumergida que eluda el pago de impuestos. En este sentido, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) pide que se aclare la fina línea que separa el ánimo de lucro de la optimización de recursos mediante la compartición de productos y servicios.
Entre tanto, los poderes públicos supervisan con lupa las evoluciones de Blablacar y Uber. El ministro de Economía, Luis de Guindos, ha recordado que Uber tiene que competir “en igualdad de condiciones”; y el Ministerio de Fomento ha pedido documentación a Blablacar acerca de sus actividades.
Sea como sea, las cifras demuestran que la economía compartida no es una moda pasajera: Blablacar ya tiene más de ocho millones de usuarios en todo el mundo, según datos de su propia web.
Así las cosas, en este escenario de descentralización de los nodos de poder, de poco sirve ponerle puertas al campo. Lo más inteligente sería abrir espacios de diálogo para, por un lado, beneficiar al consumidor y alimentar su libertad; y, por otro, acercar posturas entre la economía colaborativa y tradicional para integrar lo mejor de cada una.