Cuando un año toca a su fin, parece que no lo despedimos debidamente si no hacemos balance de todo lo positivo y lo negativo que lo ha marcado (para todo aquel que no tenga tiempo, recordad que Facebook lo hace por vosotros). En mi caso, el año 2015 comenzaba como el de muchos otros jóvenes de mi edad, con preguntas del tipo: ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Encontraré mi lugar en el mundo? ¿Será antes de que cumpla los cuarenta?, seguidas de un largo etcétera de preguntas con un marcado tono filosófico.
A principios de año, con mis estudios de Traducción terminados y habiendo conseguido mi primer trabajo, me sentía afortunada. Trabajaba (y trabajo, que tampoco ha pasado tanto tiempo) como profesora de inglés y me parecía que, aunque no era el trabajo que quería desempeñar el resto de mi vida, era un buen punto de partida; además me brindaba la oportunidad de practicar una lengua que adoro a diario, ¡qué más podía pedir! Pero lo cierto es que, más pronto que tarde, me di cuenta de que ser profesora no era lo mío, ni de inglés ni de cualquier otra cosa. Esos niños pueden llegar a ser unos verdaderos monstruitos. No me malinterpretéis: algunos de mis alumnos son increíbles, hasta el punto de que consiguen alegrar hasta el peor de los días, pero creo sinceramente que para ser un buen profesor tienes que amar la profesión, tiene que haber nacido en ti una vocación por la enseñanza que, seamos sinceros, en mí no se ha despertado.
Un día de lluvia, un taxi y el contacto de una nueva empresa
Un buen día, salí de trabajar y tuve que coger un taxi porque el tiempo era horroroso. El taxista me recogió en la academia y, en un esfuerzo por hacer el trayecto más agradable, me preguntó por mi trabajo como profesora. Le expliqué que mi vocación era la traducción y en seguida me habló de la empresa en la que trabajaba su mujer, que contaba con un área lingüística y de traducción. Al llegar a mi destino, tenía el número de teléfono del taxista y una invitación a que enviara mi currículo a la empresa en la que trabajaba su mujer, ¡casi nada! Eché un vistazo a la página web de la empresa y pensé para mí: “yo no pinto nada en este lugar”, pero como ese hombre había sido tan simpático y se había molestado por mí, decidí enviar mi currículo de todos modos.
Cinco meses más tarde, recibí una llamada inesperada del consejero delegado de la agencia Súmate, proponiéndome cursar un máster que me convertiría en Experta en Marketing Digital. Si os soy sincera esta llamada, lejos de alegrarme, me hizo sumirme en un -lo que a mí me pareció- muy largo fin de semana de reflexión en el que volví a plantearme todas esas preguntas de las que os hablaba en el primer párrafo. Primero experimenté indecisión, más tarde alegría, después una terrible desesperación, seguida de una larga suma de sensaciones que me hacían plantearme si no me estaba volviendo un poco loca. Al terminar el fin de semana, hice caso a mis padres (no hay gente más sabia en este planeta, os lo digo) y concerté una entrevista para conocer la empresa. ¡Y el resultado ya lo sabéis!
Tres meses cursando el Experto en Marketing Digital
Tres meses después aquí estoy, y no me arrepiento de haber tomado esta decisión por muchos motivos:
- La profesión: hace tres meses no sabía en qué consistía el trabajo de un profesional del marketing digital, ¡ni siquiera sabía que eso existía! (y creo que aún mis padres no consiguen entenderlo del todo). Así que se ha abierto ante mí un nuevo mundo que se me antoja sumamente interesante y lleno de opciones. En él hay cabida para personas venidas de los trasfondos más diversos: matemáticos, físicos y filólogos tienen su lugar en este mundo, puesto que para hacer publicidad y vender online no hay una fórmula única y la suma de múltiples disciplinas aporta nuevos enfoques, algo imprescindible.
- El equipo: aún no hemos (como clase) tenido la oportunidad de conocer a todo el equipo, pero por lo que hemos podido ver hasta ahora, se trata de un equipo formado por profesionales jóvenes, con formaciones muy diversas y que, ante todo, siempre intentan trasladarnos lo que es el día a día del trabajo en una agencia. De hecho, suelen recalcar que no son profesores, son profesionales del marketing, por lo que las clases son (en su mayoría) eminentemente prácticas y eso siempre resulta más didáctico y entretenido.
- And last but not least…: los compañeros. ¡Qué puedo decir de mis compañeros! Somos sólo nueve personas en clase y hemos formado una pequeña gran familia. Ir a clase es sinónimo de reírse, divertirse, meterse los unos con los otros y, cuando se acerca un cumpleaños, ¡la fiesta está garantizada! Somos personas de formación muy diferente, de procedencia diferente y con ideas diferentes. Sin embargo, estas características, lejos de alejarnos, nos convierten en un grupo heterogéneo en el que cada uno tiene sus puntos fuertes y todos estamos dispuestos a ayudar al resto en lo que podamos. ¡Así cuesta menos levantarse para ir a clase!
Por lo tanto, mi balance de 2015 sale bastante positivo, creo yo. Veremos qué nos depara el 2016. Hasta aquí llegan mis primeras impresiones de lo que aún es una relación muy breve con el marketing digital y Súmate. No obstante, a medida que pase el tiempo y me vaya haciendo cada vez más experta, seré capaz de analizar más aspectos de los entresijos de esta profesión y de este mundo en general. ¡Seguiré informando!