23 de junio de 2016. El Reino Unido celebra un referéndum para determinar si su población desea o no continuar en la UE. Los costes de una hipotética salida son numerosos, y las redes sociales no hacen más que vocearlos: aislamiento, fin al acceso a proyectos europeos, desvalorización del mercado británico como referente… por no hablar de la situación en la que se quedarán los inmigrantes llegados desde otros países europeos y la dificultad de lidiar con ello. Londres, ciudad multicultural e inclusiva, clama por el no en la convocatoria por todos los rincones de la web.
… Aun así, el escrutinio es implacable. Gran Bretaña quiere salir de la UE. ¿Por qué las redes sociales no nos mostraron la legión de opiniones en pro del sí que ahora, al abrir las urnas, vemos que proliferaban en las zonas rurales y en las ciudades medianas?
26 de junio de 2016. España vota por segunda vez en apenas seis meses en unas elecciones generales después de que el Congreso nacido de los comicios de diciembre de 2015 no fuera capaz de construir un Gobierno. Facebook y Twitter arden, y espoleados por las encuestas nos hacen esperar el famoso sorpasso de Podemos al PSOE y que el PP se quedará como está o que, incluso, bajará ligeramente. Sin embargo, la noche electoral despeja toda esta ilusión en pocos minutos: no solo Podemos no sobrepasa al PSOE, sino que pierde sufragios, y entre tanto el PP gana escaños con alegría. Pero… ¿no parecían los apoyos de Podemos una legión en Internet, mientras que los del PP daban sensación de minoría?
8 de noviembre de 2016. Tras conseguir que un negro fuera por primera vez presidente de Estados Unidos, llega una fecha histórica: Hillary Clinton tiene todo en su mano (hasta un 75% de posibilidades, según las encuestas) para convertirse en la primera mujer en acceder a la Casa Blanca. Nada puede fallar. Sobre todo porque las sombras de la candidata se nos antojan minucias frente a la imagen de ese individuo misógino y racista que despierta oleadas de críticas en la web. Si miramos nuestro newsfeed de Facebook, nuestro timeline en Twitter, no encontraremos más que comentarios denostando a Donald Trump y empujando a Clinton hacia la victoria.
Sin embargo, la madrugada del 9 de noviembre sorprende a Europa, que se quita las legañas pensando que le están gastando una broma al otro lado del charco. Trump ha ganado, y además con bastante solvencia, rebasando a Clinton en estados que, a priori, tenían todas la papeletas para teñirse del color azul de los demócratas. ¿Por qué ese pretendido clamor anti-Trump en las redes no se tornó en derrota para el republicano?
4 motivos que explican el abismo entre redes sociales y realidad
Un análisis más calmado acerca de por qué las redes sociales nos han engañado, haciéndonos creer que sucedería lo contrario de lo que luego tuvo lugar, nos sugiere la confluencia de cuatro circunstancias:
- El número de personas que participan en las redes sociales es limitado. Recordemos que actualmente la población mundial asciende a 7.400 millones personas, mientras que en los medios sociales se registran 2.300 millones de cuentas activas, según este estudio de We Are Social. Y pensemos que un mismo individuo tiene a menudo varias cuentas. Por lo tanto, por las redes sociales se mueven menos de la cuarta parte de los habitantes de la Tierra. Y, claro está, estos no son los únicos que votan.
- El nivel educativo de quienes usan las redes sociales tiende a ser alto. Según el Estudio Anual de Redes Sociales de IAB Spain, el 49% de los usuarios de estas plataformas en España tiene estudios universitarios, y su edad promedio es de 36 años. Extrapolándolo a un entorno general, vemos que en estos espacios de Internet se concentra, por tanto, una población fundamentalmente joven y con unos rasgos muy concretos, en tanto que otras realidades (personas con pocos estudios, de mayor edad…) se quedan fuera.
- Las redes sociales no hacen periodismo. Como dice el periodista Antonio Rubio en esta entrevista con Trece Bits, “las redes sociales no hacen periodismo, ni escrito ni digital. Las redes sirven para publicitar lo que haces, escribes o buscar enlaces de temas interesante para profundizar en diversos temas”. “Ahí sólo hay temas orientativos y hay que tener mucho cuidado con lo que se dice, se sube… Falta la verificación. Una cosa es la percepción y otra muy distinta la constatación”. Y ahí está el quid de la cuestión: fiar nuestra interpretación del mundo a algo que simula ser periodismo, pero no lo es, nos hace correr el riesgo de que la realidad caiga sobre nosotros y nos pegue estos mazazos.
- Las redes sociales introducen un sesgo emocional en la transmisión de la información. Y lo hacen porque los comentarios y réplicas pueden terminar transformando considerablemente el propósito inicial de una publicación. Todos sabemos que existen los trolls y que un descontento hace mucho más ruido para difundir su irritación que 99 personas satisfechas para pregonar su conformidad.
De hecho, que no todo lo que vemos en las redes sociales son hechos fidedignos lo ponen de relieve experimentos como el del supuesto millonario ruso Boris Bork en Instagram. El experto en marketing Roman Zaripov inventó a un magnate con una vida de lujo y viajes que fue retransmitiendo mediante fotografías en Instagram. Nada de lo que se veía en las imágenes era cierto, pero su difusión convirtió rápidamente a Bork en un influencer.
Todo esto nos hace sacar en conclusión que no podemos confiar exclusivamente en las redes sociales para construirnos nuestra imagen del mundo. De todos modos, no por eso debemos menospreciarlas como herramienta de comunicación y marketing: su penetración es inmensa, mucho mayor que la de cualquier medio tradicional; y su capacidad para atraer a ciertos sectores de la población, innegable. Por lo que una aproximación a ellas no debe faltar en cualquier estrategia de marketing digital.